jueves, mayo 15, 2008

Me tome el atrevimiento, pero valga tambien de homenaje

Se apodero de ella una infundada esperanza. Se levantó y se vistió. Aquí, en el pueblo, el día también empezaba yendo a comprar a la tienda leche, pan, panecillos. Pero esta vez, cuando llamó a Karenin para que la acompañara, apenas si levantó la cabeza. Era la primera vez que se negaba a participar en una ceremonia que antes era el primero en exigir.
De modo que se fue sin él. «¿Dónde está Karenin?», preguntó la dependienta, que ya tenia el panecillo preparado para él. Esta vez se lo llevó Teresa en la bolsa. Nada más llegar a la puerta lo sacó y se lo enseño. Quería que fuera por él. Pero se quedó acostado, sin moverse.

Tomás se dio cuenta de lo afectada que estaba Teresa. Cogió el panecillo con los dientes y se puso a gatas delante de Karenin. Se acercó lentamente a él.
Karenin lo miraba, parecía que alguna chispa de interés le iluminara los ojos, pero no se levantaba. Tomás acercó su cara justo hacia la boca de él. Sin mover el cuerpo, el perro cogió con los dientes la parte del panecillo que sobresalía de la boca de Tomás. Entonces Tomás soltó el panecillo para que Karenin se lo quedase todo.
Tomás, que seguía a gatas, retrocedió, se agachó y empezó a gruñir. Simulaba querer pelear por el panecillo. En ese momento el perro le respondió a su amo con un gruñido. ¡Por fin! ¡Cuánto habían tenido que esperar! ¡Karenin tiene ganas de jugar! ¡Karenin aún tiene ganas de vivir!
Aquel gruñido era la sonrisa de Karenin y ellos querían que la sonrisa durase el mayor tiempo posible. Por eso Tomás volvió a acercarse a él a gatas y mordió un trozo de pan que sobresalía de la boca del perro. Sus caras estaban juntas, Tomás sentía el olor del aliento del perro y en la cara le hacían cosquillas los largos pelos que le crecían en el hocico a Karenin. El perro volvió a gruñir y dio un tirón con la boca. Cada uno se quedó con una mitad del panecillo en la boca. Y entonces Karenin volvió a cometer un viejo error. Soltó su mitad del panecillo y quiso apoderarse de la mitad que tenía su amo en la boca. Olvidó, como siempre, que Tomás no era un perro y tenía manos. Tomás no soltó el panecillo de la boca y levantó del suelo la mitad que Karenin había dejado caer.
– Tomás –gritó Teresa– , ¡no irás a quitarle el pan!
Tomás dejó caer las dos mitades al suelo delante de Karenin, que se tragó rápidamente una de ellas y se quedó con la otra en la boca, enseñándola para jactarse ante el matrimonio que había ganado la lucha.
Volvieron a mirarlo y a pensar que Karenin reía y que mientras riera seguiría teniendo un motivo para vivir, aunque estuviera condenado a muerte.


La insoportable levedad del ser

(Séptima parte: La sonrisa de Karenin)

Milan Kundera

1 comentario:

Lau Casandra dijo...

La abuelita de Kundera
y también la mía...

Se te dió por la literatura checa ahora?