martes, enero 15, 2013

Polen


Como una bestia sumisa pero descarrilada de su eje me acerco al abismo de la noche, mezcla de nostalgia y melancolía, tiritas de carne en fuga. Casi como un caminante espectral voy al encuentro de lo cotidiano, de lo deseadamente ajeno, sin pensarlo, sin dudarlo. Me abrazo como un insecto al polen de la rutina, disfruto de ella, nado, me sumerjo, me empapo, aplasto los cachetes y la frente contra la blanda superficie. Me embriago de esto, me harto de esta sabrosa rutina, de la nostalgia de volver a tenerla, anacrónica como siempre lo ha sido. Me asusto, me agito, bato mis alas tratando despegarme de eso, me niego a ser parte de eso nuevamente. Pero si lo fui, si lo soy, si lo deseo y lo disfruto. Pero no lo acepto, o mejor dicho, no lo soporto. Pequeña bolita de nervios, me agito y me sacudo nuevamente, trato de quitarme el pegajoso néctar de encima. Golpeo las flores, las aprieto  las daño, las lastimo, me empujo lejos de ellas. Las contemplo a lo lejos, desde mi necedad, como si fueran ajenas, como si no fueran mis flores, aquellas que visitara desde tiempos remotos.
Lloro.
Angustia, dolor.
Llanto.
Necedad y arrepentimiento.
Culpa.
Descargo el dolor de mis tripas por consumir del polen y no asumirlo, por disfrutarlo queriendo pretender que no es polen, por no aceptarlo con su viscosidad rutinaria.
Es tiempo de volver a nadar. Quizás también sea bueno volver a llorar.