lunes, agosto 09, 2010

Madurez

Como hombre-niño que se estremece en cada paso hacia el final de su vida, corro inválido por la vereda de la desasón, ciego y marchito, iluminado por el caldero de mis entrañas. Voy en búsqueda de un rumbo que no encuentro, que se haya perdido entre las matas de la selva de la indecisión. Corro y tropiezo contra las rocas ardientes, vomito y me recuesto. Navego por el río infestado de golondrinas acuáticas y tristezas, dando brazadas al vacío, manotazos de un hombre que aún no desarrolló manos, alguna vez amputadas de cuajo por un angel vengativo, cruel castigo del que cree en la salvación eterna. Revuelvo entre las cenizas de mis entrañas, indago, observo, toco, gruño, me retuerzo, vuelvo a tocar, caigo al suelo con un gran alarido, repto entre los hongos y los gusanos, estiro un brazo, encojo una pierna, así una vez tras otra hasta caer en un profundo sueño.
En mis sueños se presentan imágenes cotidianas de gente común, hombres de oficina, mujeres de casa, niños jugando en la plaza, madres, abuelos, sobrinos.... despierto a la realidad y el panorama es devastador. Mujeres de trapo, hombres de plastilina, niños de fuego, cielos violetas, nubes de alcohol, neblina de esperma, rios de kerosene, suelos de terciopelo y acero.
Vuelvo a correr, despavorido, inconsciente, atónito. Vuelvo a repetir las mismas groserías, ya no soy un niño jugando a las escondidas. Corro asustado y penoso, me niego a aceptar lo que veo, me convenzo de que es mentira, sigo siendo un niño que pretende un entorno a su gusto y capricho. Salto, trepo, me agito, freno, enloquezco, retrocedo de nuevo y vuelvo a gritar por novena vez en un segundo del tiempo eterno.
La pesadilla del niño interior pelea con el sueño del adulto recién nacido una y otra vez, lucha continua y circular, termina y comienza, renace y muere, comprende y confunde, razona y enloquece....